martes, 19 de junio de 2007

El Dios perdido de Camus




Acabo de terminar de leer El existencialista hastiado, un libro de Howard Mumma en el que este pastor de la Iglesia Metodista recoge las conversaciones que tuvo con Alber Camus durante sus estancias en París. Para todos aquellos que alguna vez se hayan interrogado no ya sobre eso tan manido de “el sentido de la vida” sino sobre el drama intenso que concita el mal y su relación con Dios, este libro es una cita ineludible. La literatura de los últimos años está llena de libros magníficos sobre este tema (cómo casar la omnipotencia divina y la condición esencialmente amorosa de Dios cuando el mal existe y el sufrimiento está presente en el tiempo en cotas inimaginadas), que ya el mismo Camus había retratado inquietantemente en La peste: la escena en que el doctor Bernard Rieux se alza contra la creación que permite el sufrimiento de los niños, de los inocentes, es uno de los más poderosos alegatos que nunca se han alzado contra el silencio de Dios.

Sin embargo, en estas conversaciones intensas, ricas, profundas, se nos ofrece otra visión de Camus: un hombre cansado de no creer que necesita encontrar algo que justifique, que sostenga una vida que él ama con todas las potencias de su ser. Dios para él es un problema, en la medida en que no puede casar las dos cualidades que definen el ser divino, pero Dios al mismo tiempo sería una solución: sin Dios –Dostoviesky lo dijo– todo está permitido; con Dios –Camus lo sabe– el mal es una anomalía y existen argumentos poderosos para luchar contra él, porque Dios no lo permitiría en caso de existir. Y sin embargo, Camus duda porque aún cuando Dios exista el mal, el sufrimiento, el suplicio y la tortura de los inocentes, están ahí, clavados en el costado de nuestras conciencias. El hombre es desdichado, pero Albert Camus se pregunta, hermosamente, "¿qué es lo que vamos a hacer con respecto al sufrimiento? ¿Cómo vamos a reaccionar? El sufrimiento es un hecho. No podemos escapar a su existencia. Es nuestro comportamiento frente al sufrimiento lo que define quiénes somos. Somos libres. Elegimos sucumbir a nuestra realidad o rebelarnos y luchar por la felicidad”. Lo que pasa es que para Camus todos los asideros que hasta ahora han sostenido la lucha por la felicidad del hombre (el cristianismo, el marxismo) han tenido una ingente contrapartida de horror. De ahí sus dudas, de ahí su sentido de hastío, de angustia. De ahí el exilio en que su alma vive. Sean cuáles sean las conclusiones que se saquen al leer esta obra fundamental para los amantes de Camus, lo importante es la capacidad que la misma tiene para “solventar” dudas. Porque la angustia de Camus encuentra en el pastor Mumma una contrapartida realmente brillante: los que sean incapaces de entender los límites de la omnipotencia de Dios o su bondad infinita, tienen en el capítulo siete de este gran librito una buena oportunidad para reflexionar, para buscar la verdad que derrumbaron Auschwitz y el terrible silencio de Dios entre los montones de cadáveres quemados.

He aquí un libro que pone un contrapunto en el Camus que conocemos: aquí va directo a la busca del Dios perdido.

1 comentario:

Antonio dijo...

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Antonio