viernes, 29 de junio de 2007

Ha vuelto Antonio Gaitán




Si este invento de internet no tuviera otra validez, tendría, al menos para mí, la de haberme permitido reencontrarme con un viejo, inestimable amigo, a quien, pese a la distancia y el tiempo, no ha borrado el olvido de los libros de mi corazón, esos recónditos espacios en los que guardo lo mejor que puedo ser, mis sueños, mis esperanzas, los fracasos, las derrotas, los regresos... El corazón es como un tango de Gardel –un día hablaré de la hermosísima literatura de los tangos clásicos–, al que se vuelve en cada soplo de la vida. Y allí, en el corazón, estaba guardado Antonio Gaitán, que un día fue mi compañero de maula en el instituto, mi guía en muchas cosas relacionadas con los libros, un amigo leal con quien podía pasar horas hablando de esas cosas extrañas que hoy el mundo desprecia: la poesía, la literatura, la ética.

Por extraños designios del azar las sombras vagabundas llevaron a Antonio a alguno de mis cuadernos y desde allí hemos podido volver a reencontrarnos. ¡Tanto tiempo, tantas cosas, tantos libros que nos han quedado por comentar! Anda por Oxford, con María y con su hijo Pablo, preparando su tesis doctoral: llegará lejos, pues es infatigable lector y posee una preclara inteligencia. Y aunque este país nuestro no es dado a reconocer estos méritos, estoy convencido de que formación humanística –verdaderamente envidiable– le hará recorrer un largo trayecto. ¡Cómo lo envidio, a él, que pudo huir de este horizonte tantas veces estrecho de olivares hasta los infinitos campos de la libertad que existe en aprender! ¡Cómo lo envidio por haber abandonado sus calles de la Torre para llegar hasta el cielo húmedo y las piedras musgosas de los colleges de Oxford!

Antonio Gaitán en Oxford: paradojas de la vida. Aún recuerdo cuando Elena Bajo pasaba lista –solamente a él y a mi– para comprobar que no habíamos hecho los ejercicios de inglés y nos ponía orondos ceros.

Pero todo eso está atrás: recorrió Antonio, feliz, el camino de la vida. Y está, por ahora, en Oxford. Leyendo toneladas de libros de ética para terminar su tesis doctoral. Hoy tengo el corazón feliz: tenía que decirlo. Y Antonio tiene más relación que casi nadie con ese universo íntimo que son mis lecturas. Por eso era homenaje necesario dejar constancia aquí de esta alegría, de esta felicidad: un amigo ha vuelto al corazón y el corazón no podía guardar silencio ante esta alegría. Como en el hermoso y triste chiste de Forges –vaya en esta nota como homenaje a Antonio, al que tanto le gusta– hoy, que he reencontrado a Antonio Gaitán, descubro que yo también fui a la escuela porque soñé con ser poeta: el tiempo y las circunstancias me detuvieron en lo más gris y prosaico de la vida... pero Antonio pudo volar. ¡Gaudeamus!

martes, 19 de junio de 2007

El Dios perdido de Camus




Acabo de terminar de leer El existencialista hastiado, un libro de Howard Mumma en el que este pastor de la Iglesia Metodista recoge las conversaciones que tuvo con Alber Camus durante sus estancias en París. Para todos aquellos que alguna vez se hayan interrogado no ya sobre eso tan manido de “el sentido de la vida” sino sobre el drama intenso que concita el mal y su relación con Dios, este libro es una cita ineludible. La literatura de los últimos años está llena de libros magníficos sobre este tema (cómo casar la omnipotencia divina y la condición esencialmente amorosa de Dios cuando el mal existe y el sufrimiento está presente en el tiempo en cotas inimaginadas), que ya el mismo Camus había retratado inquietantemente en La peste: la escena en que el doctor Bernard Rieux se alza contra la creación que permite el sufrimiento de los niños, de los inocentes, es uno de los más poderosos alegatos que nunca se han alzado contra el silencio de Dios.

Sin embargo, en estas conversaciones intensas, ricas, profundas, se nos ofrece otra visión de Camus: un hombre cansado de no creer que necesita encontrar algo que justifique, que sostenga una vida que él ama con todas las potencias de su ser. Dios para él es un problema, en la medida en que no puede casar las dos cualidades que definen el ser divino, pero Dios al mismo tiempo sería una solución: sin Dios –Dostoviesky lo dijo– todo está permitido; con Dios –Camus lo sabe– el mal es una anomalía y existen argumentos poderosos para luchar contra él, porque Dios no lo permitiría en caso de existir. Y sin embargo, Camus duda porque aún cuando Dios exista el mal, el sufrimiento, el suplicio y la tortura de los inocentes, están ahí, clavados en el costado de nuestras conciencias. El hombre es desdichado, pero Albert Camus se pregunta, hermosamente, "¿qué es lo que vamos a hacer con respecto al sufrimiento? ¿Cómo vamos a reaccionar? El sufrimiento es un hecho. No podemos escapar a su existencia. Es nuestro comportamiento frente al sufrimiento lo que define quiénes somos. Somos libres. Elegimos sucumbir a nuestra realidad o rebelarnos y luchar por la felicidad”. Lo que pasa es que para Camus todos los asideros que hasta ahora han sostenido la lucha por la felicidad del hombre (el cristianismo, el marxismo) han tenido una ingente contrapartida de horror. De ahí sus dudas, de ahí su sentido de hastío, de angustia. De ahí el exilio en que su alma vive. Sean cuáles sean las conclusiones que se saquen al leer esta obra fundamental para los amantes de Camus, lo importante es la capacidad que la misma tiene para “solventar” dudas. Porque la angustia de Camus encuentra en el pastor Mumma una contrapartida realmente brillante: los que sean incapaces de entender los límites de la omnipotencia de Dios o su bondad infinita, tienen en el capítulo siete de este gran librito una buena oportunidad para reflexionar, para buscar la verdad que derrumbaron Auschwitz y el terrible silencio de Dios entre los montones de cadáveres quemados.

He aquí un libro que pone un contrapunto en el Camus que conocemos: aquí va directo a la busca del Dios perdido.